AMANDA SALAZAR - MÁLAGA
Repican las campanas para la eucaristía de doce en San Juan y casi todos los feligreses son compatriotas. Las iglesias malagueñas encuentran en los inmigrantes a sus mejores aliados para reactivar la fe en la ciudad.
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El culto también se ha transformado para adaptarse a los nuevos parroquianos
El cura hace alusión en la ceremonia a la Virgen de Caacupé, patrona de Paraguay
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Domingo por la mañana. Las campanas repican anunciando el comienzo de la misa de doce en la iglesia de San Juan. El padre Isidro se dirige al púlpito para comenzar la liturgia. Los bancos están llenos de feligreses. El párroco no puede evitar una sonrisa al saber que hoy muchas almas se acercarán un poco más a Cristo.
Pero esto no siempre ha sido así. Hasta hace unos pocos años, las iglesias del Centro Histórico perdían fieles a mansalva. Las calles con más historia de la ciudad se llenaban de comercios, pero se quedaban sin vecinos. La población de siempre envejece mientras que los jóvenes se decantan por otros barrios de las afueras. Las iglesias se estaban vaciando.
¿Qué ha cambiado en San Juan para que ahora no quepa ni un alfiler? Sólo hay que echar un vistazo para ver el motivo de la transformación que ha experimentado esta iglesia, al margen de las recientes obras de rehabilitación. Casi todos los fieles son paraguayos. Mujeres y hombres de todas las edades que se reúnen para rezar una vez a la semana en un mismo recinto. Los españoles son minoría.
A las puertas del templo, se encuentran algunos de los parroquianos. Susana González (23), Nancy Franco (20) y Ana Benítez (46) apenas llevan dos años en Málaga. Cuando llegaron para trabajar se sintieron algo perdidas en una ciudad y una sociedad que no conocían. Pronto buscaron refugio entre otros compatriotas que habían emigrado antes que ellas. «Nos enteramos que la comunidad paraguaya se reunía en esta iglesia y decidimos sumarnos», indica Ana Benítez. «Los paraguayos somos muy religiosos», señala Susana González, que explica que viven su fe más activamente que la mayoría de los españoles.
A la salida de la misa, María Estela Molina reparte entre todos comida típica que ha elaborado en casa. Todos se agolpan para comprar una porción de chipa, sopa paraguaya, chipaguasú y empanadas. «Es como volver a estar en casa», dice un joven.
Pero la adopción de estos nuevos fieles también ha modificado la forma de celebrar la eucaristía. Así lo señala el padre Isidro Rubiales, párroco de San Juan, quien indica que celebran una oración más cantada y con múltiples referencias a creencias de Paraguay. «Siempre nombramos a la Virgen de Caacupé, a la que tienen gran devoción», dice.
«Encontramos un gran apoyo por parte de la Iglesia», afirma Graciela Aponte, presidenta de la Asociación de Paraguayos, creada a partir de las reuniones parroquiales que se celebraban en los salones de la iglesia después de la misa. «El padre Isidro trabajó en Paraguay y eso le ha acercado mucho a nosotros y siempre se ha preocupado de ayudarnos», añade. Ahora, la asociación se ha convertido en un centro de búsqueda de trabajo y de ayuda para los inmigrantes afectados por la crisis. Gracias a la iglesia de San Juan, muchos han encontrado una gran familia en la que refugiarse en tiempos difíciles.
Pero esto no siempre ha sido así. Hasta hace unos pocos años, las iglesias del Centro Histórico perdían fieles a mansalva. Las calles con más historia de la ciudad se llenaban de comercios, pero se quedaban sin vecinos. La población de siempre envejece mientras que los jóvenes se decantan por otros barrios de las afueras. Las iglesias se estaban vaciando.
¿Qué ha cambiado en San Juan para que ahora no quepa ni un alfiler? Sólo hay que echar un vistazo para ver el motivo de la transformación que ha experimentado esta iglesia, al margen de las recientes obras de rehabilitación. Casi todos los fieles son paraguayos. Mujeres y hombres de todas las edades que se reúnen para rezar una vez a la semana en un mismo recinto. Los españoles son minoría.
A las puertas del templo, se encuentran algunos de los parroquianos. Susana González (23), Nancy Franco (20) y Ana Benítez (46) apenas llevan dos años en Málaga. Cuando llegaron para trabajar se sintieron algo perdidas en una ciudad y una sociedad que no conocían. Pronto buscaron refugio entre otros compatriotas que habían emigrado antes que ellas. «Nos enteramos que la comunidad paraguaya se reunía en esta iglesia y decidimos sumarnos», indica Ana Benítez. «Los paraguayos somos muy religiosos», señala Susana González, que explica que viven su fe más activamente que la mayoría de los españoles.
A la salida de la misa, María Estela Molina reparte entre todos comida típica que ha elaborado en casa. Todos se agolpan para comprar una porción de chipa, sopa paraguaya, chipaguasú y empanadas. «Es como volver a estar en casa», dice un joven.
Pero la adopción de estos nuevos fieles también ha modificado la forma de celebrar la eucaristía. Así lo señala el padre Isidro Rubiales, párroco de San Juan, quien indica que celebran una oración más cantada y con múltiples referencias a creencias de Paraguay. «Siempre nombramos a la Virgen de Caacupé, a la que tienen gran devoción», dice.
«Encontramos un gran apoyo por parte de la Iglesia», afirma Graciela Aponte, presidenta de la Asociación de Paraguayos, creada a partir de las reuniones parroquiales que se celebraban en los salones de la iglesia después de la misa. «El padre Isidro trabajó en Paraguay y eso le ha acercado mucho a nosotros y siempre se ha preocupado de ayudarnos», añade. Ahora, la asociación se ha convertido en un centro de búsqueda de trabajo y de ayuda para los inmigrantes afectados por la crisis. Gracias a la iglesia de San Juan, muchos han encontrado una gran familia en la que refugiarse en tiempos difíciles.
