Utiliza personajes ficticios y reales para destacar la necesidad de conservar las raíces de Málaga.
El actor recordó cómo las hermandades aglutinan a personas de distinto origen y profesión con un objetivo común. Banderas reclama respeto para la labor de las cofradías, pero pide también a los cofrades que sean tolerantes con los que no les entienden Homenajea al hombre de trono fallecido Manolo Picasso
M. Ferrary y I. A. Castillo - La Opinión de Málaga
«Me llamo José Antonio Domínguez Bandera, soy un cofrade malagueño. Y aquí estoy». Así de simple. Así de complejo. Podía haber recurrido para su presentación a su impecable currículum, a su infinita trayectoria artística y cinematográfica. Pero, efectivamente, el que ayer se subió al escenario del Teatro Cervantes era nada más y nada menos que un cofrade malagueño. Por ese motivo estaba ahí, aunque lógicamente, Antonio Banderas aprovechó sus conocimientos para esbozar un guión y pregonar una película de vidas cruzadas, al más puro estilo del director Robert Altman, que le sirvió para contar su Semana Santa y lo que esta celebración significa para la ciudad que le vio nacer. «Lo que me pide el cuerpo, de lo que quiero hablar esta noche aquí es de la gente. De los que viven la Semana Santa de forma callada (...)». Toda una declaración de intenciones que cumplió a rajatabla para reivindicar las raíces de Málaga, que forman parte de nuestra cultura y nos definen. Renunció al esquema clásico del pregón. No se centró en el canto cadencioso de las cofradías y sus advocaciones. No midió los tiempos para equilibrar las palabras dirigidas a cada hermandad. Dio voz y vida a seis personajes con los que articuló un fresco popular, sencillo y a la vez profundo sobre la Semana Santa de Málaga.
Don Amadeo, Gregorio, Pablito, Carmen, Vaquerito y Lola fueron apareciendo para hilar el pregón de Antonio Banderas. Inventados, en parte, reales en otra, sus experiencias a lo largo de la Semana Santa permitieron explorar la vida que hay alrededor de los cortejos procesionales. Hombres de trono comprometidos, nazarenos con un fuerte sentido cristiano, promesas, devoción más allá de los sentidos, perdón y juventud entusiasta a la que hay que dar cobijo y ayuda: «Un niño muy delgadillo, haciéndose preguntas muy gordas, con la maza del bombo en una mano y el martillo de la campana en la otra, sin saber que estaba siendo invadido por la pasta de la que estaban hechos los buenos cofrades, sin saber que se le metía dentro el duende de la Semana Santa, como a tantos otros niños que, quizás algún día, serán miembros de alguna cofradía, portarán algún trono, una vela en las filas nazarenas o a lo mejor terminan, quién sabe, con la alta responsabilidad de ser hermanos mayores».
Sentido de comunidad
Poco a poco esas historias terminaron confluyendo al final, donde el malagueño planteó una metáfora de cómo la ciudad se transforma gracias a la Semana Santa. Lo pone en boca de Lola, ciega, que se imagina la ciudad como un pueblo «sacando nuestras verdades, nuestras esperanzas, nuestras contradicciones y nuestros sentimientos al aire libre de la calle, de la calle principal, esa que tienen todos los pueblos y donde las relaciones no son virtuales, son reales, cuando la gente calle arriba y calle abajo se reconocen, y se saludan y se tocan (...)».
Esta unión más allá del origen, de la profesión o la vida de cada uno es uno de los ejes del pregón y sobre la que ahonda cuando explica su experiencia en el submarino de la Esperanza, siguiendo la estela de la vida de Gregorio, trasunto del cofrade Manolo Picasso, que falleció en 2008, y que recibió un cálido homenaje por parte del pregonero a lo largo de su alocución.
Banderas explicó que esa comunión que se establece entre los cofrades, a partir de su experiencia en el submarino, viene de una frase de Gregorio –Manolo Picasso– que citó en el pregón: «Si no fuera por la Virgen de la Esperanza, nosotros no seríamos amigos». A lo que el pregonero explica: «No lo decía porque creyese que las cofradías debían de ser un grupo de amigos, o una peña, o algo así. Lo decía porque era consciente de que eran muchas las cosas que los separaban. Sus vidas andaban por caminos diferentes, tenían profesiones distintas, gustos y aficiones divergentes, incluso afiliaciones políticas opuestas. Pero en la oscuridad del cajillo del trono, todos eran lo mismo».
Perdón y amor
Dos elementos que salen en el pregón en varias ocasiones son las referencias al perdón y al amor, dos conceptos íntimamente unidos y que Antonio Banderas relaciona con Jesús y su mensaje. Primero a través de la propia redención personal de Vaquerito ante el Señor de la Columna, con una saeta que «se están desatando los nudos que lo han tenido preso de sus propios demonios». La respuesta la encuentra el pregonero, que continúa con su relato del cantaor: «Amor, esa es la clave, la respuesta a todas las preguntas. Y perdona Vaquerito (...)».
En la parte final, Don Amadeo pone boca a los pensamientos y creencias de Antonio Banderas cuando se enfrenta al Señor muerto en el trono del Sepulcro: «Don Amadeo se niega a ser sólo un testigo inactivo de las celebraciones de Semana Santa. Su traje nazareno le ayuda a involucrarse, y a empaparse de las enseñanzas y de las sabias palabras que emanaron, hace mas de dos mil años, por quien es ahora transportado en un catafalco por las calles de su ciudad. Y en estos tiempos en los que todos reclamamos derechos y evadimos deberes, él se impone a sí mismo el deber de ponerlas en práctica durante el resto del año».
Antonio Banderas hizo, así, un repaso por toda la Semana Santa en su pregón. Engarzó el canto a las cofradías con las vivencias de la calle y sus propios pensamientos, en un ejercicio que se salió de los cánones clásicos.
La mano tendida para la colaboración
Dispuesto a colaborar y ayudar en lo que sea necesario. Así lo planteó Antonio Banderas durante su pregón, en el que hizo un ofrecimiento explícito de su ayuda a «los órganos directos que rigen el mundo cofrade, al que pertenezco». El pregonero insistió: «Si me hacen una petición, no obtendrán un NO por respuesta, si se me pide mi ayuda y mi colaboración no la negaré, aquí está mi mano, para lo que haga falta».
«Aquí y ahora, no quiero ser yo, que lo que realmente quiero es ser todos, que vengo a la Semana Santa a fundirme con mi gente, a ocultarme tras un capirote y a degustar el delicioso sabor del anonimato. A ser un átomo, una célula del pueblo al que pertenezco y quiero», insistió Banderas, quien defendió su anhelo de ser un malagueño más que disfruta de la Semana Santa. Recalcó además que la aceptación de dar el pregón se debe a que «jamás le he dado la espalda a la vida» y está dispuesto a colaborar.