El pasado sábado 10 de marzo tuvo lugar la tan esperada presentación de la Restauración del Stmo. Cristo de la Vera+Cruz por el Profesor Juan Manuel Miñarro.
El domingo a las 8.30 horas se trasladó a San Juan al Stmo. Cristo de la Vera+Cruz.
Descargar presentación de D. Andrés Camino, Cronista de la Agrupación de Cofradías (pinche aquí).
Seguidamente le adjuntamos los artículos más relevantes sobre dicha efeméride.
Vera+Cruz vuelve a sus orígenes (Málaga Hoy)
El crucificado, titular de las Cofradías Fusionadas, fue presentado ayer tras su restauración a cargo de Juan Manuel Miñarro · La imagen será trasladada hoy a San Juan (8:30) de manera sencilla
M. JIMÉNEZ · D. AZUAGA - Málaga Hoy
El altar mayor de la parroquia de San Juan recupera su impronta habitual. Y es que el Cristo de la Vera+Cruz ya está de nuevo en casa. El Museo Thyssen acogió ayer el recibimiento y la presentación de la restauración de la imagen de uno de los titulares de las Reales Cofradías Fusionadas. La imagen ha permanecido en el taller hispalense del restaurador e imaginero Juan Manuel Miñarro desde el pasado mes de mayo.
El propio Miñarro explicaba a este periódico que cuando el crucificado llegó a sus manos "era lamentable el estado que presentaba la capa superficial de la imagen, que además, había rechazado todas las adiciones que se habían hecho de pasta" . Con este, se refería a que en 1991, Óscar San José reconstruyó la imagen a base de unir siete fragmentos que databan del siglo XVI, en concreto de 1505, y los materiales utilizados para tal fin no habían resistido el paso de los años.
Otro de los procesos que se han llevado a cabo, ha sido la cata de las distintas capas de pintura que presentaba la imagen "hasta llegar a una capa de color que tuviera cierta calidad". Y esa clase deseada llegó en la cuarta capa, que data del siglo XVII, lo que significa, según las explicaciones del restaurador, que "la policromía original está desgastada a causa de un arreglo que se hizo con tela encolada para suplir los desperfectos provocados por un ataque de insectos que se estima que ocurrió a finales del siglo XVI".
La restauración estaba previsto que durara seis meses. Y así ha sido, aunque no salgan las cuentas. Esto se debe a que en el taller consideran que también es bueno que "las imágenes reposen por si se manifiestan cambios a causa de la temperatura o la luz". "El Cristo podría haberse presentado en Navidades o en enero, pero lo hemos estado testando hasta hace 20 días y se ha comportado magníficamente", apunta el restaurador.
Miñarro terminó diciendo que este proceso de restauración ha sido "un reto" para su taller. "En lo artístico y en lo técnico, y sobre todo en la elección de los materiales adecuados para solucionar las deficiencias de la imagen".
Por su parte, el hermano mayor de las Cofradías Fusionadas, Eduardo Rosell destacó la restauración llevada a cabo por Miñarro. "Se ha conseguido que la imagen retroceda a sus orígenes. Es una imagen nueva pero a la vez antigua", apuntó. Se trata de uno de los crucificados más antiguos que se procesionan en la capital. La satisfacción de Rosell es plena ya que se ha logrado recuperar lo máximo posible la estética de una imagen datada del siglo XVI para venerarla en el siglo XXI.
El historiador y cofrade, Andrés Camino, fue el encargado de presentar a Juan Manuel Miñarro quien ofreció una conferencia sobre el trabajo que ha realizado y analizó el estado en el que se encontraba la imagen. Para ello, se ayudó de fotografías que sirvieron para desglosar el trabajo acometido.
La imagen de la Vera+Cruz abandona esta mañana (8:30) el Museo Thyssen para regresar a su sede canónica, la iglesia de San Juan. Para ello, será trasladada en una sencilla procesión. Hermanos de Fusionadas portarán a hombros al Cristo de la Vera+Cruz que será colocado en el altar mayor, desde donde presidirá la misa de las 12:00.
El Cristo de la Vera Cruz mejora de forma notable tras una restauración integral (Diario Sur)
La talla más antigua de la Semana Santa de Málaga experimenta un gran cambio tras el trabajo realizado por el profesor e imaginero Juan Manuel Miñarro
ÁNGEL ESCALERA - Diario Sur
El Cristo de la Vera Cruz (el más antiguo de la Semana Santa de Málaga) es otro siendo el mismo. La explicación a la notable mejoría experimentada es la restauración integral llevada a cabo por el profesor e imaginero hispalense Juan Manuel Miñarro, con la que ha conseguido recuperar elementos originales de una imagen que se talló a principios del siglo XVI (alrededor de 1505). Miñarro explicó anoche, en un acto celebrado en un abarrotado patio del Museo Carmen Thyssen, los detalles de la restauración. El público asistente vio el nuevo y muy mejorado aspecto del Cristo de la Vera Cruz, titular de las Cofradías Fusionadas.
«El cambio que hemos logrado es absoluto en todos los sentidos, con una policromía de gran calidad. Hemos cambiado el color tostado que tenía el Cristo por una tonalidad gris verdosa, más cadavérica y en consonancia con la talla, que es una transición del estilo gótico al renacentista», declaró el profesor Miñarro a este periódico.
El acto lo abrió José Espejo, ex mayordomo de la Vera Cruz, que en referencia al escultor sevillano dijo: «Nos ha devuelto la imagen tal como la soñábamos. Si Juan Manuel Miñarro está contento, nosotros lo estamos el doble», afirmó Espejo.
A continuación, intervino el historiador Andrés Camino que, tras una síntesis de la historia del Crucificado a través de los siglos, se encargó de presentar al profesor Miñarro. «El Cristo de la Vera Cruz sigue siendo historia viva», dijo Camino.
La imagen sufrió un ataque de insectos xilófagos a mediados del siglo XVI e importantes destrozos en 1931 tras los quedó dividida en siete fragmentos. Miñarro, con la ayuda de sus colaboradores Manuel Mazueco y Ana Álvarez, ha tenido que hilar muy fino y hacer una labor de engranaje minucioso para conseguir un magnífico resultado. La talla presentaba seis capas de policromía, incluida la de 1991, cuando fue restaurada por Óscar San José en Madrid.
Modificación del color
El estrato mejor conservado era el cuarto (del siglo XVII) y ese es el que ahora se aprecia tras la intervención efectuada. El imaginero explicó al público cómo se llevó a cabo la restauración. Para ello, mostró una serie de fotografías en las que se aprecia el antes, el durante y el después del trabajo. Así, indicó que sus colaboradores y él se encontraron con que el paño de pureza tenía aún policromía original. Ese es el vestigio más importante de la escultura, ya que conserva oro fino y se aprecia una fina línea azul. «El Cristo ha sufrido muchos daños a lo largo de su historia. Para reconstruir las partes que le faltaban, Miñarro se valió de datos aportados por el estudio de la imagen y, cuando con eso no fue suficiente, buscó información en otros Crucificados como en el Cristo de los Vigías de Vélez-Málaga. También analizó tratados de anatomía del siglo XVI. «Estoy muy satisfecho con la actuación que hemos hecho. La restauración es una mezcla de ciencia y arte», precisó.
El hermano mayor de Fusionadas, Eduardo Rosell, recordó cómo hace más de treinta años un grupo de jóvenes cofrades se encontró la imagen, completamente destrozada, en la cúpula de la capilla de la Exaltación, lo que evitó que se hubiese quemado poco después en el incendio que padeció la iglesia de San Juan. «Es una gran restauración», señaló.
La verdadera Vera Cruz (Pedro Enrique Alarcón)
La mayoría de las veces no nos planteamos siquiera el tortuoso rosario de adversidades que una obra de arte puede llegar a padecer. Nos quedamos en la imagen nívea, abrillantada, impoluta, que las efigies sagradas exhiben desde su más reciente intervención. Lo demás es muy difícil imaginarlo. ¿Quién podrá, a la luz del renovado aspecto del crucificado de la Vera Cruz, de las Reales Cofradías Fusionadas, intuir siquiera que siempre estuvo ahí? Quedarán muy pocos cofrades de los que tuvieran uso de razón antes de la destrucción de la imagen en 1931; testigos que puedan corroborar que la talla que hemos venido procesionando durante veinte años -tras una intervención más que discutible del año 1991- no había llegado a ser ni la sombra de lo que un día fue. Porque, reconozcamos que, como público al que la imagen le vino recién llegada desde los albores de los tiempos, no fuimos nunca benévolos. Veíamos, como nos decían, un Cristo gótico; y lo hacíamos, con sus incorrecciones anatómicas y su aspecto rudimentario, de un mediocre gótico. Porque, tal y como nos lo devolvieron, y teniendo como referencias las escasas fotografías, los grabados decimonónicos y la imagen desoladora de los siete fragmentos en que quedó desmembrado, lo que nos llegó no era ni lejanamente de la categoría que a la luz de la historia se le suponía a un titular cuya advocación había resistido el envite de los siglos.
De ahí que la oportunidad vivida durante la exposición de la memoria del proceso de restauración, por parte del propio Profesor Juan Manuel Miñarro, constituya uno de esos hitos que merecen la pena. De primera mano, y con el apoyo de un arsenal gráfico que hablaba por sí solo, los allí presentes -en el acto de presentación de la imagen, el 10 de marzo de 2012, en el patio del Palacio Villalón, ahora museo Thyssen- no pudimos sino entender las circunstancias que habían abocado a la talla a una suerte de ostracismo artístico.
Lo primero que quedó en tela de juicio fue la intervención de Oscar San José del año 1991, que supuso principalmente la reintegración de los fragmentos en una estructura nueva con la que consolidar la imagen. El empleo de materiales que resultaron poco estables en un lapso muy corto de tiempo dieron lugar a que la imagen estuviese sumida ya en un rápido proceso de agrietamiento particularmente alarmante. Además, la policromía empleada entonces andaba desprendiéndose a partir de craqueladuras espontáneas, lo que entre otras cosas ha facilitado el diagnóstico de la pieza e incluso la valoración de los estratos superpuestos para dirimir qué potenciar en el definitivo aspecto que habría de tener el Señor de la Vera Cruz.
A nivel físico, fue patente la inestabilidad matérica de los distintos ingredientes que conforman la escultura. Sólo al tacto -como explicó el restaurador-, la imagen presentaba una textura fría más propia de la piedra que de la madera. Ello, entre otras cosas, clarificaba la presencia de aire y humedades inapropiados entre la materia sólida subyacente y los aparejos con que fue recubierto para su apariencia ulterior. La pasta de madera utilizada durante la intervención de veinte años antes estaba aún blanda -ya puesta al descubierto tras los primeros análisis-, de lo que se podría establecer bien una inapropiada aplicación de materiales nuevos, bien un mal estado de dichos materiales. Lo más aconsejable sería la retirada de cuantos elementos dificultaban la pervivencia en el tiempo de la imagen. No dejemos de lado que algunos de los principios básicos de la restauración son la preservación y la consolidación.
A nivel estético resultó evidente que muchos de los elementos añadidos en 1991, lejos de recontextualizar lo que quedaba de la talla, la ensombreció. A saber: un abdomen mucho más ensanchado, una rodilla nueva absolutamente discordante con la que permanecía, una barbilla sin modelado que desfiguraba las proporciones del rostro y un conjunto de dedos -tanto de las manos como de los pies- de escasísimo valor. Sin los aditamentos mencionados, la imagen evidenciaría una anatomía muchísimo más correcta, lo que situaría al primitivo escultor en una consideración totalmente nueva. El primer Cristo de la Vera Cruz, el que se supone datado alrededor de 1505, hubo de ser un ejemplo característico del prototipo de crucificado de su tiempo, tal y como Miñarro quiso constatar mediante un estudio comparativo con otras efigies coetáneas, como el Cristo de los Vigías de Vélez Málaga. En ese sentido, sería un arquetipo más esquelético que musculado, con que los elementos sólidos de la estructura ósea quedasen patentes bajo la epidermis. Algo que se había desvirtuado por completo tras el general engrosamiento superficial de esta obra. En la misma dirección, Óscar San José había añadido un extraño y cubista pliegue lateral en el perizoma; un elemento que redundaba en la idea de una plasticidad tosca y rudimentaria, bien lejos de mostrarnos el virtuoso ejercicio artístico que realmente hubo.
Pero es la policromía el nivel en que probablemente más nos habían alejado de entender la estatuaria tardogótica. Mediante criterios muy difíciles de asumir, en 1991 no se había profundizado en ninguno de los cinco estratos que han quedado patentes tras la intervención de Juan Manuel Miñarro. Lo que se hizo entonces fue aplicar una extraña coloratura entre marrón y anaranjado, que dista un abismo de las tonalidades grisáceas y verdosas que subyacían en buen estado unas capas por debajo. A nivel pictórico, nada en la policromía de hace dos décadas resaltaba los valores plásticos. Sin embargo, en el rescate de la policromía de más valor entre las halladas bajo aquella, resurgieron hilos de sangre, latigazos, y verdugones, confiriendo una impronta mucho más acorde a la iconografía representada. De la historia de las vicisitudes por las que hubo de pasar el Cristo de la Vera Cruz, Miñarro recoge el trasunto del ataque de insectos xilófagos que le sobrevino un siglo después de su hechura. Con los planteamientos de entonces, la imagen fue cubierta de lienzo encolado y vuelta a policromar. De ahí lo fácil que resultó su desmembramiento en los sucesos de 1931 y lo difícil que sería recuperar las dos últimas capas de policromía.
Así pues, la presente reconstrucción de la pieza ha consistido básicamente en consolidar una estructura metálica interior que estaba provocando daños a la imagen, además de reintegrar lo que faltaba tallando en madera lo que se podía -dedos, rodilla, nudo y colgajo del paño de pureza- y modelando en pasta de madera allí donde era más aconsejable -vientre, costillas, barbilla...-. Para no caer fácilmente en la invención, se optó por recurrir a principios básicos de proporción y simetría por los cuales se pudiese reconstruir cada uno de los elementos desaparecidos. Allí donde escaseaban las referencias, Miñarro hubo de tirar del enfoque científico, tomando del parangón con esculturas similares la principal línea de trabajo. De ese modo pudo recomponer el modelado de la barba -siguiendo en los mechones de cabello el ritmo compositivo del escultor original- y esculpirle al crucificado la lazada del paño púdico. Finalmente, la policromía con que se ha completado aquella otra recuperada se ha realizado con pinturas al barniz mediante franjas horizontales, siguiendo un principio de diferenciación invisible. Sólo con la visualización muy de cerca de la imagen, nos queda evidente la frontera entre lo antiguo y lo nuevo, gracias al uso de una textura no craquelada.
La imagen final nos proporciona una satisfacción que ni de lejos se habría adivinado. Se ha puesto en valor el delicado modelado de los detalles, y se le ha otorgado un aspecto último acorde a los tiempos en que fue concebido, ostentando regueros de sangre donde los hubo. La cabeza presenta el acabado debido al momento en que se le debió desvastar la corona de espinas -momento en que perdió su volumetría lógica- para lucir una peluca postiza de tirabuzones. El paño de pureza, como ejemplo significativo, ha recuperado el oro fino del borde, así como una leve línea de color azul. Se ha proporcionado una nueva cruz arbórea con nudos tal y como es usual en la tradicional iconográfica de los crucificados con esa advocación -la que entiende el madero como árbol de la vida-, y se ha retornado al uso de los elementos de orfebrería consustanciales al cambio de gusto estético que se obró en la talla durante el siglo XVIII. La cruz, por su parte, es completada con los remates de plata y una cartela para el INRI realizada en el mismo material. La imagen ha sido tocada con una antigua corona de espinas y tres potencias que se le han impuesto mediante eficaces sistemas de anclaje que hacen a este aderezo totalmente reversible.
Todo ello nos devuelve una impronta llena de serena elegancia, que nos hará sin duda replantearnos las futuras madrugadas de Viernes Santo. No sería mal asunto tratar de emular con buen criterio algunos pormenores del modo en que se veneraba la imagen para adecuarlo a su futura estética procesional: realizar una peana de triunfo de estructura piramidal y cuatro brazos -como se advierte en la hermosa Carta de Hermandad de 1883-, así como los ocho angelillos pasionistas que -portando los atributos de la Pasion- completarían el conjunto. Cuanto más recurramos a lo que conocemos del pasado, más justicia se le hará a la verdadera Vera Cruz.
El Cristo de la Vera Cruz mejora de forma notable tras una restauración integral (Diario Sur)
La talla más antigua de la Semana Santa de Málaga experimenta un gran cambio tras el trabajo realizado por el profesor e imaginero Juan Manuel Miñarro
ÁNGEL ESCALERA - Diario Sur
El Cristo de la Vera Cruz (el más antiguo de la Semana Santa de Málaga) es otro siendo el mismo. La explicación a la notable mejoría experimentada es la restauración integral llevada a cabo por el profesor e imaginero hispalense Juan Manuel Miñarro, con la que ha conseguido recuperar elementos originales de una imagen que se talló a principios del siglo XVI (alrededor de 1505). Miñarro explicó anoche, en un acto celebrado en un abarrotado patio del Museo Carmen Thyssen, los detalles de la restauración. El público asistente vio el nuevo y muy mejorado aspecto del Cristo de la Vera Cruz, titular de las Cofradías Fusionadas.
«El cambio que hemos logrado es absoluto en todos los sentidos, con una policromía de gran calidad. Hemos cambiado el color tostado que tenía el Cristo por una tonalidad gris verdosa, más cadavérica y en consonancia con la talla, que es una transición del estilo gótico al renacentista», declaró el profesor Miñarro a este periódico.
El acto lo abrió José Espejo, ex mayordomo de la Vera Cruz, que en referencia al escultor sevillano dijo: «Nos ha devuelto la imagen tal como la soñábamos. Si Juan Manuel Miñarro está contento, nosotros lo estamos el doble», afirmó Espejo.
A continuación, intervino el historiador Andrés Camino que, tras una síntesis de la historia del Crucificado a través de los siglos, se encargó de presentar al profesor Miñarro. «El Cristo de la Vera Cruz sigue siendo historia viva», dijo Camino.
La imagen sufrió un ataque de insectos xilófagos a mediados del siglo XVI e importantes destrozos en 1931 tras los quedó dividida en siete fragmentos. Miñarro, con la ayuda de sus colaboradores Manuel Mazueco y Ana Álvarez, ha tenido que hilar muy fino y hacer una labor de engranaje minucioso para conseguir un magnífico resultado. La talla presentaba seis capas de policromía, incluida la de 1991, cuando fue restaurada por Óscar San José en Madrid.
Modificación del color
El estrato mejor conservado era el cuarto (del siglo XVII) y ese es el que ahora se aprecia tras la intervención efectuada. El imaginero explicó al público cómo se llevó a cabo la restauración. Para ello, mostró una serie de fotografías en las que se aprecia el antes, el durante y el después del trabajo. Así, indicó que sus colaboradores y él se encontraron con que el paño de pureza tenía aún policromía original. Ese es el vestigio más importante de la escultura, ya que conserva oro fino y se aprecia una fina línea azul. «El Cristo ha sufrido muchos daños a lo largo de su historia. Para reconstruir las partes que le faltaban, Miñarro se valió de datos aportados por el estudio de la imagen y, cuando con eso no fue suficiente, buscó información en otros Crucificados como en el Cristo de los Vigías de Vélez-Málaga. También analizó tratados de anatomía del siglo XVI. «Estoy muy satisfecho con la actuación que hemos hecho. La restauración es una mezcla de ciencia y arte», precisó.
El hermano mayor de Fusionadas, Eduardo Rosell, recordó cómo hace más de treinta años un grupo de jóvenes cofrades se encontró la imagen, completamente destrozada, en la cúpula de la capilla de la Exaltación, lo que evitó que se hubiese quemado poco después en el incendio que padeció la iglesia de San Juan. «Es una gran restauración», señaló.
La verdadera Vera Cruz (Pedro Enrique Alarcón)
La mayoría de las veces no nos planteamos siquiera el tortuoso rosario de adversidades que una obra de arte puede llegar a padecer. Nos quedamos en la imagen nívea, abrillantada, impoluta, que las efigies sagradas exhiben desde su más reciente intervención. Lo demás es muy difícil imaginarlo. ¿Quién podrá, a la luz del renovado aspecto del crucificado de la Vera Cruz, de las Reales Cofradías Fusionadas, intuir siquiera que siempre estuvo ahí? Quedarán muy pocos cofrades de los que tuvieran uso de razón antes de la destrucción de la imagen en 1931; testigos que puedan corroborar que la talla que hemos venido procesionando durante veinte años -tras una intervención más que discutible del año 1991- no había llegado a ser ni la sombra de lo que un día fue. Porque, reconozcamos que, como público al que la imagen le vino recién llegada desde los albores de los tiempos, no fuimos nunca benévolos. Veíamos, como nos decían, un Cristo gótico; y lo hacíamos, con sus incorrecciones anatómicas y su aspecto rudimentario, de un mediocre gótico. Porque, tal y como nos lo devolvieron, y teniendo como referencias las escasas fotografías, los grabados decimonónicos y la imagen desoladora de los siete fragmentos en que quedó desmembrado, lo que nos llegó no era ni lejanamente de la categoría que a la luz de la historia se le suponía a un titular cuya advocación había resistido el envite de los siglos.
De ahí que la oportunidad vivida durante la exposición de la memoria del proceso de restauración, por parte del propio Profesor Juan Manuel Miñarro, constituya uno de esos hitos que merecen la pena. De primera mano, y con el apoyo de un arsenal gráfico que hablaba por sí solo, los allí presentes -en el acto de presentación de la imagen, el 10 de marzo de 2012, en el patio del Palacio Villalón, ahora museo Thyssen- no pudimos sino entender las circunstancias que habían abocado a la talla a una suerte de ostracismo artístico.
Lo primero que quedó en tela de juicio fue la intervención de Oscar San José del año 1991, que supuso principalmente la reintegración de los fragmentos en una estructura nueva con la que consolidar la imagen. El empleo de materiales que resultaron poco estables en un lapso muy corto de tiempo dieron lugar a que la imagen estuviese sumida ya en un rápido proceso de agrietamiento particularmente alarmante. Además, la policromía empleada entonces andaba desprendiéndose a partir de craqueladuras espontáneas, lo que entre otras cosas ha facilitado el diagnóstico de la pieza e incluso la valoración de los estratos superpuestos para dirimir qué potenciar en el definitivo aspecto que habría de tener el Señor de la Vera Cruz.
A nivel físico, fue patente la inestabilidad matérica de los distintos ingredientes que conforman la escultura. Sólo al tacto -como explicó el restaurador-, la imagen presentaba una textura fría más propia de la piedra que de la madera. Ello, entre otras cosas, clarificaba la presencia de aire y humedades inapropiados entre la materia sólida subyacente y los aparejos con que fue recubierto para su apariencia ulterior. La pasta de madera utilizada durante la intervención de veinte años antes estaba aún blanda -ya puesta al descubierto tras los primeros análisis-, de lo que se podría establecer bien una inapropiada aplicación de materiales nuevos, bien un mal estado de dichos materiales. Lo más aconsejable sería la retirada de cuantos elementos dificultaban la pervivencia en el tiempo de la imagen. No dejemos de lado que algunos de los principios básicos de la restauración son la preservación y la consolidación.
A nivel estético resultó evidente que muchos de los elementos añadidos en 1991, lejos de recontextualizar lo que quedaba de la talla, la ensombreció. A saber: un abdomen mucho más ensanchado, una rodilla nueva absolutamente discordante con la que permanecía, una barbilla sin modelado que desfiguraba las proporciones del rostro y un conjunto de dedos -tanto de las manos como de los pies- de escasísimo valor. Sin los aditamentos mencionados, la imagen evidenciaría una anatomía muchísimo más correcta, lo que situaría al primitivo escultor en una consideración totalmente nueva. El primer Cristo de la Vera Cruz, el que se supone datado alrededor de 1505, hubo de ser un ejemplo característico del prototipo de crucificado de su tiempo, tal y como Miñarro quiso constatar mediante un estudio comparativo con otras efigies coetáneas, como el Cristo de los Vigías de Vélez Málaga. En ese sentido, sería un arquetipo más esquelético que musculado, con que los elementos sólidos de la estructura ósea quedasen patentes bajo la epidermis. Algo que se había desvirtuado por completo tras el general engrosamiento superficial de esta obra. En la misma dirección, Óscar San José había añadido un extraño y cubista pliegue lateral en el perizoma; un elemento que redundaba en la idea de una plasticidad tosca y rudimentaria, bien lejos de mostrarnos el virtuoso ejercicio artístico que realmente hubo.
Pero es la policromía el nivel en que probablemente más nos habían alejado de entender la estatuaria tardogótica. Mediante criterios muy difíciles de asumir, en 1991 no se había profundizado en ninguno de los cinco estratos que han quedado patentes tras la intervención de Juan Manuel Miñarro. Lo que se hizo entonces fue aplicar una extraña coloratura entre marrón y anaranjado, que dista un abismo de las tonalidades grisáceas y verdosas que subyacían en buen estado unas capas por debajo. A nivel pictórico, nada en la policromía de hace dos décadas resaltaba los valores plásticos. Sin embargo, en el rescate de la policromía de más valor entre las halladas bajo aquella, resurgieron hilos de sangre, latigazos, y verdugones, confiriendo una impronta mucho más acorde a la iconografía representada. De la historia de las vicisitudes por las que hubo de pasar el Cristo de la Vera Cruz, Miñarro recoge el trasunto del ataque de insectos xilófagos que le sobrevino un siglo después de su hechura. Con los planteamientos de entonces, la imagen fue cubierta de lienzo encolado y vuelta a policromar. De ahí lo fácil que resultó su desmembramiento en los sucesos de 1931 y lo difícil que sería recuperar las dos últimas capas de policromía.
Así pues, la presente reconstrucción de la pieza ha consistido básicamente en consolidar una estructura metálica interior que estaba provocando daños a la imagen, además de reintegrar lo que faltaba tallando en madera lo que se podía -dedos, rodilla, nudo y colgajo del paño de pureza- y modelando en pasta de madera allí donde era más aconsejable -vientre, costillas, barbilla...-. Para no caer fácilmente en la invención, se optó por recurrir a principios básicos de proporción y simetría por los cuales se pudiese reconstruir cada uno de los elementos desaparecidos. Allí donde escaseaban las referencias, Miñarro hubo de tirar del enfoque científico, tomando del parangón con esculturas similares la principal línea de trabajo. De ese modo pudo recomponer el modelado de la barba -siguiendo en los mechones de cabello el ritmo compositivo del escultor original- y esculpirle al crucificado la lazada del paño púdico. Finalmente, la policromía con que se ha completado aquella otra recuperada se ha realizado con pinturas al barniz mediante franjas horizontales, siguiendo un principio de diferenciación invisible. Sólo con la visualización muy de cerca de la imagen, nos queda evidente la frontera entre lo antiguo y lo nuevo, gracias al uso de una textura no craquelada.
La imagen final nos proporciona una satisfacción que ni de lejos se habría adivinado. Se ha puesto en valor el delicado modelado de los detalles, y se le ha otorgado un aspecto último acorde a los tiempos en que fue concebido, ostentando regueros de sangre donde los hubo. La cabeza presenta el acabado debido al momento en que se le debió desvastar la corona de espinas -momento en que perdió su volumetría lógica- para lucir una peluca postiza de tirabuzones. El paño de pureza, como ejemplo significativo, ha recuperado el oro fino del borde, así como una leve línea de color azul. Se ha proporcionado una nueva cruz arbórea con nudos tal y como es usual en la tradicional iconográfica de los crucificados con esa advocación -la que entiende el madero como árbol de la vida-, y se ha retornado al uso de los elementos de orfebrería consustanciales al cambio de gusto estético que se obró en la talla durante el siglo XVIII. La cruz, por su parte, es completada con los remates de plata y una cartela para el INRI realizada en el mismo material. La imagen ha sido tocada con una antigua corona de espinas y tres potencias que se le han impuesto mediante eficaces sistemas de anclaje que hacen a este aderezo totalmente reversible.
Todo ello nos devuelve una impronta llena de serena elegancia, que nos hará sin duda replantearnos las futuras madrugadas de Viernes Santo. No sería mal asunto tratar de emular con buen criterio algunos pormenores del modo en que se veneraba la imagen para adecuarlo a su futura estética procesional: realizar una peana de triunfo de estructura piramidal y cuatro brazos -como se advierte en la hermosa Carta de Hermandad de 1883-, así como los ocho angelillos pasionistas que -portando los atributos de la Pasion- completarían el conjunto. Cuanto más recurramos a lo que conocemos del pasado, más justicia se le hará a la verdadera Vera Cruz.
Vera Cruz vuelve a sus orígenes (La Opinión de Málaga)
Juan Manuel Miñarro restaura la castigada talla del crucificado, que recupera una imagen más parecida a la original. El Museo Thyssen es el espacio elegido para presentar la talla del crucificado de la Vera Cruz tras pasar por el taller de Miñarro. Han sido cerca de 10 meses de trabajo para recuperar un crucificado que ha sufrido múltiples cambios y castigos en su historia. El Cristo de los Vigías de Vélez ha sido el modelo
MIGUEL FERRARY - La Opinión de Málaga
El crucificado de la Vera Cruz será presentado de nuevo hoy a los malagueños. Atrás quedan diez meses de intenso trabajo y estudio en el taller de Juan Manuel Miñarro, que ha buscado recuperar la imagen original de una talla que se estima que fue realizada en 1505, año de la fundación de la cofradía de la que es titular, y que ha pasado numerosas vicisitudes. De hecho, la imagen que conocemos de la Vera Cruz tiene su origen en la restauración realizada en 1991 por Óscar San José, que intentó ensamblar las siete piezas del Cristo original que se encontraron en un arcón y que es lo único que sobrevivió al año 1931.
Miñarro explica que la actuación de Óscar San José consistió en realizar una estructura metálica para consolidar las piezas y que está muy bien ejecutada. No obstante, el uso de materiales defectuosos o mal aplicados estaban causando daños en la imagen, que «estaba sujeta a la cruz de forma inapropiada», provocándole grietas en los brazos.
La primera actuación realizada por Miñarro fue buscar referentes de la época en que fue tallado el Cristo, justo en la transición del Gótico al Renacimiento, por lo que conserva elementos de ambos. El Cristo de los Vigías, de Vélez Málaga, ha sido el modelo elegido para reproducir el Cristo de la Vera Cruz: «Son muy parecidos, aunque éste es más fino y la policromía es distinta, quizá porque los Vigías no conserva la original».
Además de este referente en la talla, Miñarro ha realizado un completo análisis de las capas de policromía aplicadas, descubriendo hasta seis capas diferentes de policromía, debido a los numerosos cambios sufrido al vaivén de las moda de cada época histórica. El imaginero sevillano detalla que, incluso, descubrieron que el tamaño de la cabeza era especialmente pequeño «posiblemente porque tenía una corona tallada que fue eliminada para ponerle una peluca», tal y como aparece en las fotos más antiguas que se tienen de este Cristo, que datan de 1883 y 1884.
La policromía elegida es la que se le aplicó en el siglo XVII, ya que la original resultó muy difícil de sacar: «Al poco de tallarse la imagen parece que sufrió un ataque salvaje de insectos que casi la destruyó. En ese momento se cubrió con un lienzo y estuco, hasta que se le aplicó un nueva policromía en el siglo XVII que es la que se ha recuperado».
No obstante, la restauración ha traído una sorpresa para los hermanos de Fusionadas, ya que sacará a la luz la policromía original del paño de pureza, que es blanco con manchas de sangre y una franja de oro rematada con un ribete azul «que se ha reintegrado».
El Cristo de la Vera Cruz, que se presentará hoy a las 20.30 horas en el Museo Carmen Thyssen con una conferencia de Juan Manuel Miñarro, ceñirá en la cabeza una corona de plata que forma parte de las piezas de orfebrería que se han restaurado. «Estará como flotando en la cabeza y engrandecerá la imagen, aunque no sea de la época», explicó el imaginero, quien apuntó que también llevará las tres potencias y una nueva placa de INRI, también de plata.
Primera madrugada de Vera+Cruz en su regreso (El Cabildo)
Presentación del Crucificado tras la labor de Miñarro, que explicará el proceso · A las 20.30 en el Thyssen
ALEJANDRO CEREZO - El Cabildo
El Cristo de la Vera+Cruz vuelve a pasar las madrugadas en Málaga. Regresa de Sevilla tras haber sido llevado al finalizar la pasada Semana Santa al taller de Juan Manuel Miñarro, que ha procedido a restaurar la talla.
La pieza, reconstruida en 1991 por Óscar San José Marqués, a través de unos fragmentos del siglo XV hallados en las dependencias parroquiales, se rehabilitó en su momento con objeto exclusivamente expositivo, nunca cultual, carácter este último que finalmente decidieron en Fusionadas aplicarle. El profesor sevillano se ha encargado de aplicar un criterio restaurador acorde con su condición de talla destinada al culto de los fieles.
Así, en la tarde del sábado, a las 20.30 horas, el Crucificado de la Santa Vera+Cruz y Sangre será presentado en el patio central del Museo Carmen Thyssen, dentro de un acto que conducirá el director de la revista La Saeta, Andrés Camino, y contará con la intervención del propio Juan Manuel Miñarro, que explicará detalladamente el proceso restaurador. La entrada es libre.
Con dichos trabajos, las Cofradías Fusionadas culminan un plan de rescate de sus tres tallas antiguas que se hallaban en un preocupante estado de conservación. En 2005, fue el propio Juan Manuel Miñarro quien recuperó la maltrecha talla de Jesús de Azotes y Columna; posteriormente, entre los años 2006 y 2007, el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía, logró 'desenterrar' al Cristo de Ánimas de Ciegos de una interminable capa de repintes y desafortunadas intervenciones. En marzo de 2012, es el Crucificado de la Vera+Cruz el que evocará el esplendor de antaño, aplicando criterios restauradores más acordes con las piezas destinadas al culto, en lugar de otros, igualmente válidos, pero de lectura quizá más 'arqueológica'. Ha sido posible también gracias a la colaboración de un grupo de hermanos.
Presentación de la Restauración del Stmo. Cristo de la Vera+Cruz
El próximo sábado 10 de marzo a las 20:30h en el Museo Carmen Thyssen de Málaga, tendrá lugar el acto de presentación de la restauración del Stmo. Cristo de la Vera+Cruz. La talla será presentada en el patio del Museo y el acto conducido por el director de la revista La Saeta D. Andrés Camino Romero, y contará con la explicación detallada del proceso de restauración por parte del profesor D. Juan Manuel Miñarro López.
Os animamos a acudir a este importante evento para nuestra Hermandad, que estamos seguros marcará un hito en la historia cofrade malagueña; pues ya sabéis que la Archicofradía de la Vera+Cruz, Primitiva de la ciudad, fue fundada en el año 1505 y que la imagen del Santísimo Cristo es la más antigua que se procesiona en la Semana Santa de Málaga.